martes, 22 de julio de 2014

PIEDRAS DE DICAO

Dibujo de Luis Arroyo Castro (LUANE)


         Al pie de aquellas piedras hubo en el pasado una ruca donde habitaba un úlmen con sus dos mujeres. Éstas se odiaban a muerte y apenas se hablaban.

          Cuando el úlmen moluche Diucaucau subió a su caballo, empuñó su lanza y se marchó a la guerra, sus dos mujeres sentadas frente a los telares se miraron de reojo y se absorbieron en su trabajo. A pesar de ser hermanas, desde que el úlmen las tomó por esposas, unos celos enfermizos las distanciaron, de suerte que apenas se comunicaban. Cierto día apacible y luminoso, la mujer de más edad habló: - Yo siempre supe que Calcu nos iba a traer desgracias cuando pasaba espiando con su único ojo. - A mí también me miraba con la cuenca vacía - respondió la joven. Después de este corto cambio de palabras, enmudecieron de nuevo. Pero al día siguiente conversaron otra vez: - Hombre malo ese Calcu; seguro le hizo calcutun al marido para que lo mataran en la guerra. - Por algo se llama Calcu; brujo malo. De pronto las mujeres se dieron cuenta que difamar al brujo era como un puente de comunicación y poco a poco se acostumbraron a desacreditarlo. Hasta que una mañana lo vieron llegar. - ¡Mari, mari lamñen! - saludó Calcu - hermoso día, ¿no?.

          Las hermanas no contestaron, extrañadas de la amabilidad del hombre. - He sabido que se acuerdan mucho de mí - continuó Calcu - por eso vengo, ahora se han quedado solas, porque Diucaucau no volverá ya nunca, para invitarlas a que se amparen en mi pobre ruca. La hermana mayor dijo: - No iré porque tú sólo miras la mitad de mi persona con el único ojo que tienes. La menor agregó: - Yo tampoco iré porque no ves con el ojo que te falta. Se rieron las hermanas de sus propios chistes. Calcu dijo: - Volveré mañana a saber si lo piensan mejo. Pero no vino Calcu al día siguiente ni en muchos días que pasaron hasta que llegó el tiempo de la recolección de las avenas y de las semillas silvestres y las mujeres salieron al campo. A la hora de la siesta se hallaban reposando y tomando un refrigerio a la sombra de un roble cuando vieron acercarse al brujo. Sin saludar Calcu dijo: - Vengo por última vez porque tengo mucha amargura en mi corazón.

-    ¡Déjanos tranquilas! - Exclamaron al unísono las hermanas. - Ya veo como están a la sombra de este roble, tomando un refrigerio y odiándome - dijo el brujo - pues bien, aquí se quedarán tranquilas sentadas de día y de noche, bajo la lluvia y el pleno sol... Calcu se alejaba achicándose a la distancia.

          Enmudecieron las hermanas y el tiempo siguió pasando lentamente mientras se volvían más corpulentas y más duras, hasta hoy que se les puede ver asomadas en el borde de la colina, cerca del rumor del estero y de cara al viento sur.

(versión: Carlos Elgueta Vallejos) 

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