miércoles, 23 de julio de 2014

LEYENDA DEL TUE TUE



          Se dice que en Mulchén, en el Salto Rehuén, hace muchos años se realizaban aquelarres o reuniones de brujos, donde éstos se convertían en Tue - Tue, animal con cuerpo de ave y cabeza humana. Así, salían volando a recorrer los pueblos vecinos, especialmente en las noches, siendo su piar, un sonido gutural que parece decir tueeee – tueee.

                Se comenta que si una persona escuchaba el tue - tue y lo invitaba a su casa, al otro día llegaba el brujo con apariencia humana al domicilio del invitante. 


Leyenda por Fernanda Torres Godoy


CASO CHANDIA



-   Como le voy a estar mintiendo mi'jita, los curaos y los niños siempre dicen la verdad... y acaso se me ve que ando muy bien.

 - No después le pago, que le dé un par de tragos, que le preste la pieza del fondo pa' irse pa' llá con la Martita. ¡Y ahora me vienen con este cuento! Ud. piensa que una es lesa pa' andarle creyendo toitas sus mentiras.

-    No se enoje conmigo Elcirita, no ve que esta vez es verdad. Mire lo que tengo aquí, este pedazo de papel es el que garantiza mi futuro... y si usted quiere, el suyo también, ande no sea mala deme dos tragos, ya va a ver como todo esto, lo vamos a arreglar y ahí sí que le va a cambiar la cara.

    Él se dio la vuelta, tomó los dos tragos que estaban sobre el mesón y se dirigió a la esquina de costumbre, en la que había estado ya por años en que visitaba aquel cabaret, noche tras noche. Las mujeres habían cambiado, algunas estaban más viejas, otras eran nuevas. Habían dos que eran tan niñas como la Rosa, la hija de su vecino, se iba diciendo así mismo, mientras caminaba, la miraba. Ella estaba asustada, casi tanto como él, pero la cosa era distinta; Enrique sabía sus miedos, el miedo que él sentía era diferente al de esa niña que estaba sentada frente a él. ¿Qué edad tendría? No debe haber tenido más de catorce y estaba ahí, en medio de todo este barullo, entre todos esos hombres borrachos, entre todas estas mujeres semidesnudas, ella también estaba como ellas, casi mostrando sus pequeños pechos, pechos de niña asustada, de niña que en un arranque de ira escapó de su casa, quizás hace ya unas cuantas noches. Enrique caminó desde su hogar a un pueblo pequeño, con calles pequeñas; eso estaba bien para hombres como él, hombres solitarios que habían dejado todo de lado y habían decidido venir a probar suerte al sur. Había sido ya tantos años, nunca pensó que Mulchén sería el lugar donde se radicaría, había sido tanta la energía, tanto el desenfreno, cuando supo de la historia de aquel tesoro enterrado en el campo de los "Molina", que se quedó aquí en esta tierra. -¡Esta es la tierra prometida! - se dijo aquel día y desde aquel entonces no ha parado de buscar el tesoro enterrado, ni un solo día, todos, una tras otra se le van las noches, uno tras otro se le van los días.

-    ¿Quieres tomarte un trago conmigo? - dijo la niña, la que estaba frente a él, la de catorce años a la que había mirado con insistencia, justo antes de sumergirse en feos recuerdos del pasado... ese que nunca más quiere recordar, tanta desilusión, tanta búsqueda, tantas noches en este tugurio, tantas caminatas a través de la calle Villagra, tantas salidas del portal que llevaba el número 600 como marca.

-    ¿Quieres tomarte un trago conmigo? Repetía la niña insistentemente, con su texto aprendido de memoria. Él la contempló, al mismo tiempo miró el bar, el escenario, la escalera que daba a las piezas; ahí estaba Elcira apoyada en la baranda, alguien estaba detrás de ella. Miró nuevamente a la niña, que estaba parada frente a su mesa, metió su mano en el bolsillo, sacó cuatro pesos y se los pasó a la niña, ella rió, comprendió el gesto, él se paró y se encaminó hacia la puerta, pensaba en esta noche, su última noche, la última noche de Enrique Chandía, -¡mañana será otro! - se decía - El jueves, todos verán que lo que yo les decía era cierto. La puerta se ondulaba mientras se encaminaba por la calle que ya se encontraba totalmente deshabitada.
II      
    El enterró la pala justo en medio de la cruz. Ya estaba anocheciendo, había trabajado todo el día y estaba bastante cansado, se sentó debajo del roble; el ocaso estaba en su esplendor, lo contemplaba casi melancólico, cuántos años de búsqueda, cuántos años viviendo en este pueblo, cuántos amigos, cuántas farras, cuántas botellas de aguardiente, cuántas mañanas sin acordarse de nada, solo del portal desde donde había salido.
     Esa mañana había salido temprano, no le importó el trasnoche, había golpeado la puerta de don Diego Rodríguez cuando todavía no eran las seis de la mañana. El mismo Diego Rodríguez le abrió la puerta, lo estaba esperando; la señora María traía rápidamente las tazas del desayuno, mientras ellos se sentaban en la mesa, el niño José también estaba ahí en el borde de la mesa.

-    Usted sabe a lo que vengo, don Diego -. Le decía el recién llegado al dueño de casa, mientras chupaba un poco del mate que la señora María le había pasado. - ¡Ya está todo listo! - le dijo.

-   José, tenís que acompañar a don Enrique, con él vai a ir pa'l campo.
    Se despidieron de manos en la puerta y las dos siluetas se marcharon hacia el sur, las calles estaban todavía desiertas, solo algunos trabajadores se veían saliendo de los portales de sus casas.

    Eso fue bien temprano, el niño también estaba cansado a esa hora, como no lo iba a estar, si habían caminado casi 10 kilómetros para llegar aquí, bajo el Boldo, a pocos metros de las piedras "meonas", quien iba a pensar que el entierro iba a estar aquí, tantos años buscándolo, y estaba aquí... al lado de unas piedras por las que había pasado tantas veces, si no le hubiesen pasado ese papel, si no se lo hubiera robado en aquel viaje a Santiago en la casa de Humberto Molina, el nieto de don Emilio. En un descuido, en uno de esos asares del destino se encontró con el mapa en uno de esos libros viejos que había en la biblioteca de la casa, la misma que había construido don Emilio a principios de siglo, en la calle Vicuña MacKenna.

    Ahora estaban aquí, a punto de descubrir el tesoro, ese que debería ser de Humberto, el amigo de infancia, el cual lo trajo hasta Mulchén, casando tesoros perdidos y ahora él lo iba a traicionar, definitivamente lo iba a traicionar, le iba a robar el tesoro familiar, ese que había escondido su abuelo. Pero él se lo merecía se decía una y otra vez.
-    Yo me lo merezco, he estado buscando tantos años, tantos años he gastado mi vida pedazo a pedazo por este tesoro. Por este entierro, por un puñado de monedas, por más que un puñado, por cientos de miles de pequeñas monedas de oro, esas que vienen grabadas con el nombre, "Ante la ley", de esas que fueron hechas antes de que existiera la casa de la moneda.

    José lo contemplaba desde la distancia, tendido sobre su pequeña manta, de pequeño niño llevado de paseo a las orillas de unas piedras, de las cuales sólo sabía por las historias que le contaba la señora María. José miraba con sus ojos negros brillados, con su pelo castaño que ondeaba el viento, con su mente pura, libre de codicias, con su corazón latiendo que no esperaba ver lo que vería esa noche.
 III
-    Como le voy a estar mintiendo, si se lo llevaron, le digo que se lo llevaron, se lo digo, papá. Se lo llevaron. Estábamos ahí, en medio del campo cuando aparecieron y se lo llevaron.

    Había trabajado todo el día, estaba oscureciendo, yo estaba sentado sobre mi manta, entonces le pregunté:

-    ¿A qué hora vamos a volver? - Él me miró con rabia, pero se calmó y me dijo:
-    ¡En un rato más! - Se paró para seguir trabajando, tomó su pala y se puso a cavar de nuevo, cavó como por diez minutos más y ahí gritó:
-    ¡Lo encontré! ¡Lo encontré! - había tocado algo duro. ¡Es el cántaro! - me dijo, me llamó y fui a ver lo que había encontrado, pero cuando me paré, en el mismo instante, una nube de moscas salió desde dentro del agujero, que don Enrique había cavado, retrocedí unos cuantos metros, y él se quedó allí, inmóvil, en medio de esa nube de moscas, cuando hubieron desaparecido, él volvió su cabeza hacia mí y me dijo:

-    ! Aquí anduvieron brujos mapuches!
    Agachó la cabeza y siguió cavando, yo le decía que nos viniéramos, que yo tenía miedo, que nos podía pasar algo, y él seguía con su pala. Allí fue donde aparecieron las culebras, eran más de cien, salieron de dentro de ese hoyo que él mismo había hecho.

-    Créanme, les digo la verdad, a él se lo llevaron... a él se lo llevaron - les decía mientras era conducido por la señora María a su habitación.

Leyenda por Fernanda Torres Godoy 

LAS DOS HERMANAS



          Esto le sucedió a una persona totalmente normal, jefe de hogar, buen marido, no bebe, no fuma. Su trabajo, maneja un taxi por las calles de Mulchén. Una noche de invierno, una mujer joven lo detiene en la plaza y le indica una dirección lejos del centro en una obscura calle. Allí se baja y dice pasar a buscar a alguien, luego sube con otra mujer también joven y solicitan ir al alto O'higgins.

          Una vez allí, cerca del cementerio, le dicen que espere, bajándose del auto y caminan hacia el cerco que bordea el campamento, se suben a esta pared y saltan al interior. El chofer extrañado por esta situación, las espera pero pasan horas y no llegan; opta por irse.

    
          Al otro día, va a la calle donde subió la otra niña, y se encuentra que en el lugar no hay ninguna casa, sino escombros de que hubo una construcción alguna vez, preguntando a un vecino y dando la descripción de las dos niñas, el vecino le dijo que eran dos hermanas y que muchos años atrás habían fallecido... ¿..?

Leyenda por Fernanda Torres Godoy 

EL ARBOL DE HILDA




          Había en un lugar cerca de mi casa, un campo llamado "La Cachañas", en este lugar de repente empezaron a suceder cosas muy extrañas. Una casa que durante mucho tiempo había estado abandonada, fue habitada más tarde por una maestra de escuela rural, la cual tenía una hija llamada Hilda. Ésta era muy hermosa, estaba en la edad de la adolescencia y ésta resaltaba de todas las demás por su belleza extrema.

         La casa era muy grande y rústica, como todas las casas de campo, tenía un baño muy lejos de ella, rodeado entero de castaños; se apunta este lugar porque fue en este sitio donde empezaron a suceder hechos insólitos y una prolongada desgracia para Hilda.

        Era un día de primavera cuando Hilda se disculpó para ir al baño un momento, pasaron los minutos y al no regresar, su madre un tanto preocupada y confundida por su demora, se dispuso ir a buscarla, en cierta forma reprochándose por no haberla acompañado. Al llegar al lugar y no encontrarla ahí, la empezó a buscar y a llamar cuando de repente empezó a escuchar los gritos y llantos de Hilda, le preguntó dónde estaba, entonces Hilda le respondió: ¡Aquí mamita, arriba!; cuán grande fue su sorpresa al mirar hacia arriba y encontrarla atada en la copa del más alto de los castaños. Sólo empezaba aquí la pesadilla de Hilda, la madre angustiada por no poder hacer nada, fue a buscar refuerzos por ahí cerca, llamó a varios hombres que se encontraban en casas cercanas para ver cómo podrían bajar a Hilda del castaño. Después de muchas peripecias, lograron sacarla e inmediatamente la interrogaron acerca de qué había sucedido, pero ella sólo dijo que había sido una brisa que la había levantado y atado a aquel gigantesco árbol. Después de esto y muy impresionada, sufrió un desmayo. La madre aún sobresaltada llamó a un médico del lugar para que viera qué sucedía con Hilda, pero él  dijo que no padecía de ninguna dolencia.

        Llegó la noche y el temor continuaba, entonces la madre llamó a algunos parientes cercanos para que la acompañaran. Aquella extraña brisa continuaba, la sacaba de la cama y la abofeteaba, en tanto a las personas que allí se encontraba, las lanzaba lejos dejándolos sin poder hacer nada por ella. Pasaron los días de la misma manera seguían sucediendo cosas extrañas, y esta cosa que la perseguía y acosaba cada vez adquiría mayor fuerza. Ella debía ser cuidada todo el tiempo por alguien, pero ni siquiera eso era suficiente, ya que esta fuerza la acompañaba día y noche, ni siquiera la dejaba comer puesto que a la hora de almorzar lanzaba a su plato cuanta cosa se le ocurría, sobre todo barro, además la abofeteaba delante de todos, sin que nadie pudiera hacer nada.
    
          Había transcurrido alrededor de un mes e Hilda seguía en su eterna pesadilla, se veía consumida y ya no sabía qué hacer. Aún no sabía qué era lo que la atormentaba, pues no lo había visto, pero ese día él se hizo presente sólo para ella; dijo que había sido un pequeño duende. Éste le hacía notar sus celos cuando se encontraba en presencia de hombres, en estos momentos seguía maltratándola. Todos se enteraron que lo que afectaba a Hilda era "su duende enamorado", mientras la angustia y desesperación estaban casi matándola, fue por ese entonces que al tratar de buscar término a este asunto, apareció un sacerdote, el cual tras bendecir a Hilda resolvió que habría que llevarla a un convento para alejarla del peligro.
   
  Creo que en ese lugar Hilda pudo haber encontrado refugio y vivir en paz pasando sus días dando gracias a Dios por librarse del espíritu que la atormentaba.    

Leyenda por Fernanda Torres Godoy  

ENTIERRO DEL CERRO CUCULLA






    Según cuentan los antiguos, que en algún lugar no muy lejos  de este pueblo, viajaban tres arrieros perdidos y cansados. Marcharon así en sus fornidos caballos durante medio día, llegando a un estero a beber agua y a descansar.

            De pronto, entre rama y rama divisaron a lo lejos, el cerro la Cuculla, acordándose de inmediato de antiguas narraciones de arrieros, que hablaban de ciertas historias  que decían que no muy lejos de ahí había un entierro.

            Siguieron el camino que contaba la historia y llegaron a las dos grandes piedras (se sintieron parte de la historia)

         “Debajo de las piedras
         que quedan al pié de un gran Boldo
         a las orillas de un estero,
         se halla, el Entierro del cerro la Cuculla.

         Que está custodiado por una gran serpiente
         el que sea valiente, con otros dos más
         descubrirá las siete cargas de plata
         que uno solo poseerá.”

          Estas eran las sabias frases que los ancianos repetían.

          Después de un rato comenzó a decaer el día, y como éste es cíclico, del amanecer llegó al crepúsculo, entre tanto decidieron en forma unánime que el tesoro sería desenterrado al día siguiente. Por el momento sólo se dedicarían a descansar.

          A media noche escucharon algunos pasos, los arrieros se miraron y se dieron cuenta de que faltaba uno de ellos. Se levantaron y salieron a buscarlo, lo encontraron escarbando al lado de las piedras. En ese momento no supieron si fue el destino o ira de la codicia que al instante uno de ellos agarró una tosca grande y pesada, dejándola caer sobre el arriero que escarbaba, dándole muerte ahí mismo.

           Entre pensamientos de culpa y cansancio terrible lograron, a altas horas de la noche, conciliar el sueño. Al otro día fueron en busca del tesoro, observando con mucha sorpresa que el cadáver había desaparecido y en lugar de él, una gran huella de serpiente sobresalía en medio de un charco de sangre. Se miraron estupefactos y solo asintieron en desenterrar el tesoro y marcharse rápido.

           Después de haber escarbado durante una hora con sus manos, dieron con el tesoro, dándose cuenta que no eran siete, sino, uno solo, o quizás eran siete pero ellos sólo habían encontrado uno. No conforme, uno de ellos siguió escarbando, mientras el otro sólo quería marcharse.

  Pero como la codicia solo lleva a la muerte, la maldición del Boldo cobró vida en ellos, dejando caer una gran rama pesada y ganchuda, sobre la cabeza codiciosa del arriero que desesperado escarbaba. Al ver este hecho el último arriero comprendió la venganza y huyó despavorido internándose en el espeso bosque, con su caballo que también comprendía el miedo.

           Nunca más se supo de él, ni tampoco de los demás arrieros. Solo se sabe que en aquel lugar todavía hay seis cargas de plata, esperando que tres hombres valientes como estos arrieros, acudan en su búsqueda.


...pero solo uno volverá y de seguro desaparecerá, como aquel último arriero, que sin codicia, logró encontrar el entierro del cerro la Cuculla.   

Leyenda por Fernanda Torres Godoy

martes, 22 de julio de 2014

EL FANTASMA DEL MOLINO




          El antiguo molino El Globo, nace por inquietud de la familia Sharpe, allá por el año 1875, hoy desaparecido como muchos otros adelantos que el pueblo poseía; vio pasar mucha agua por los canales que abastecían el sistema de molienda del trigo, y al mimo tiempo muchas historias se han quedado en el olvido en este lugar que tanta nostalgia trae a los antiguos mulcheninos.

          Esta historia me pareció importante más que nada por el mensaje que obtenemos, cuando se tiene amor por la labor que se hace, ésta de alguna forma perdura en el tiempo. Había un trabajador conocido y querido por todos, muy antiguo en el molino, que para él era toda su familia, pues era de cierta edad y casi no le quedaban parientes. 

          Pero llegó el tiempo en que debía jubilarse principalmente por su edad, lo que significó para él que cayera en una profunda nostalgia que lo llevó a la muerte. 

          Al poco tiempo de su muerte, comenzaron a suceder situaciones que pocos dicen reconocer, y especialmente en los turnos de muy noche, varias personas vieron trabajando en su lugar de costumbre a este funcionario que nunca quiso irse.

Leyenda por Fernanda Torres Godoy 

EL FANTASMA DEL BANCO ESTADO



       En este antiguo edificio del Banco del Estado de Chile, frente a la plaza de Armas de Mulchén y con más de 50 años de construcción, también más de una historia que contar de aparecidos y fantasmas. 

         Nos cuenta un funcionario de esta oficina que en varias oportunidades antes de la entrada en funcionamiento del sistema computacional, se utilizaban muchas máquinas mecánicas que emitían un ruido característico conocido por todos, se sabía que era una sumadora, una máquina de escribir o las antiguas Burrow 

         Estando esta persona sola en la oficina, en más de una oportunidad, escuchó el muy fuerte tipeo de una máquina de escribir en la oficina del agente, pensando que éste estaba en su oficina, aunque sabía que no era así, fue a ver y cerca de la puerta aún se escuchaba el fuerte ruido; pero al abrirla, no había nadie en ella y todo estaba en su sitio. 

        Estos hechos ocurridos hace algunos años, fueron también oídos más de una vez desde el segundo piso del edificio cuando allí vivía un funcionario, quién escuchó en repetidas ocasiones el típico ruido de la máquina de escribir que había en la oficina del agente. 

Leyenda por Fernanda Torres Godoy

LA ANIMITA DEL CONVENTO



         Se cuenta que en la parte baja del campanario del convento, allí, donde hoy existe una pequeña gruta, suele aparecer en noches de invierno la imagen de una mujer que falleció en las cercanías del lugar. De ella se cuenta que estaba poseída por el demonio según las creencias populares, era campesina y fue traída a Mulchén para tratar de "exorcizarla" pero no tuvo solución. 


       No se sabe exactamente cómo murió pero luego de fallecida, comenzaron a escucharse ruidos y lamentos en el campanario atribuibles a ella y pocas personas se atreven a estar en ese lugar en noches de invierno. 

Leyenda por Fernanda Torres Godoy

EL CABALLO DE CAYUPANI



              Cayupani era un indio Moluche que vivía en la cascada de Manquecuel.  Un día llegan a la ruca de Cayupani cuatro jinetes; uno de ellos por medio de un lenguaráz (truchimán) le comunica que estas tierras le pertenecen ya que en el papel que le muestra, consta que se las compró al Estado y que si quiere quedarse, como única obligación deberá cuidar el ganado.
Cayupani sabiendo que tiene todas las de perder ante tan importante personaje, acepta derrotado e impotente de tristeza, no sin antes advertirles que su único capital valedero es su caballo blanco.

       Pasados los años, Cayupani cada vez que podía bajaba al pueblo (Mulchén), apenas despuntaba el alba para oír el toque de diana que por esos años era costumbre (1880) y luego vagaba en busca de entretención, hasta que un día apareció muerto sobre el camino con la frente destrozada por una piedra y de su caballo nunca más se supo hasta que pasado el tiempo, unos lugareños de Nihuinco lo vieron pastar de noche donde lo hacía en vida de su amo Cayupani. También lo vieron parado bajo un aromo en las proximidades de la casa patronal.

         El año 1937, cierto personaje, mientras dormía en esa misma casa patronal, se despierta sobresaltado al sentir que un caballo pasa tranco a tranco por el corredor de la casa; recordando que los animales quedaron todos encerrados, sale corriendo y no ve nada. Es una hermosa noche de plenilunio y probablemente es el caballo de Cayupani que no se resigna y sale en busca de su amo.  

Versión de don Carlos Elgueta Vallejos

EL CARRUAJE

__"Convento de los Padres Trinitarios"___ - From <A HREF="http://www.fotolog.com/chanex_grafic/" TARGET=_top>http://www.fotolog.com/chanex_grafic/</A><BR><BR>Rescatando viejos documentos, he encontrado está fotografía de una <BR>Carroza en el Convento, tirada por dos caballos negros, como solían <BR>ser las ceremonias Fúnebres antiguamente, aún se puede apreciar las <BR>vías del tranvía urbano que circulaba en aquellos tiempos.- <BR> <BR> - Fotolog

             Una historia que tuvo varios testigos, pero nadie se atreve a recordar, ocurrió hace más de 50 años a una notable familia de Mulchén, de muy buena situación económica; se decía que para el trabajo que él realizaba y tener tan buen pasar, tenía pacto con el demonio.

          Sucedió que a la muerte de ésta persona, en el lugar donde se estaba velando, pusieron una serie de objetos en la puerta de entrada como para impedir el paso de seres imaginarios para un incrédulo, especies de lanzas cruzadas, ristras de ajos y otros.  Pero al dar las doce de la noche, se oyó el ruido de una carroza tirada por caballos a quienes no se le veían, sino sólo se escuchaban sus trotes; al momento de llegar aproximadamente a la puerta del lugar del velorio, se vio el ataúd volar por los aires y perderse en la obscuridad de la noche, sin saberse hasta el día de hoy su destino. 

Leyenda por Fernanda Torres Godoy

LA LAGUNA DEL COCHENTO


              Cochento tiene hasta ahora en la cumbre una laguna que con las lluvias se aúna, y en Enero se aminora: de otro tiempo aves cantoras llenaban de melodías el bosque que las cubría de sombra y verdor lozano en invierno y en verano de noche como de día.
 
      Y entre el río y el Cochento entre Mulchén y Lapito hay un prado pequeñito al reparo de los vientos; promediando el novecientos podía verse la ruca en esa hundida tierruca donde el sol del amanecer tardaba en comparecer al reclamo de las diucas.
 
       En tal sitio y coyuntura, joya de un rústico estuche, vivió una niña moluche, de aventajada hermosura, tanto que en toda su anchura que riegan los cuatro ríos,  la pretendieron con brío los muchachos mas gentiles desde Rapelco hasta Pile del Renaico a Bio Bio.
 
         Además de cantar bien la niña su independencia tenía, con preferencias por un mozo de Malvén; no olvidemos que Mulchén era campo todavía y la gente en mayoría vivía desparramada sin cercados ni alambradas, todos de caballería.


       Un brujo de Triuquilemo con la mirada bizcacha se prendió de la muchacha tal como aquí lo veremos y apostar fue entre los temos que sombreaban la laguna un invunche medio hijo, una para que la vigilara y en lo posible estorbara a otros de más fortuna. 

      Esto dijo que venía del murmullo de la gente que inventa, pero no miente: Dijeron...dice....diría... con que crece cada día la más inflada copucha como cualquier paparrucha trasnochada o más temprana, ya que entre la especie humana la credulidad es mucha.

        El joven solía a andar de noche la serranía por ver a la que quería algún día desposar; Y cierta vez al pasar su derrota de costumbre oyó cerca de la cumbre la linda voz de la niña en amorosa cantiña con un dejo de quejumbre.

        Más tarde, en vano esperó que ella viniera a la cita, hasta que ahogando su cuita con el albor regresó, y cuando al fin decidió averiguarle a los viejos, estos se hallaban perplejos pues la niña tan querida era desaparecida alrededor y a lo lejos.

         Y comenzó el aderezo, cada cual le dio su alijo ¡que se dijo y no se dijo! de aquel extraño suceso, chismes había en exceso de que era presa de algunas dolencias inoportunas, lo menos que se decía que el invunche la tenía encantada en la laguna.
 
         El mozo escuchaba aquella murmuración abultada y en el cerro, la tonada con que lo llamaba ella; hasta que un día su estrella  a la ciudad lo llevó y en Los Angeles compró un hacha de ancho metal con el que taló el matorral donde el invunche espió.
 
         Y justo en aquel estío de impensados avatares, vinieron los militares a implantar su señorío, en la junta de los ríos el pueblo sentó su plan , fue entonces cuando el galán al roce le prendió fuego y el Cochento se vio luego grandioso como un volcán.
 
         Mucho se siguió diciendo en torno a lo acontecido, pero por fin el olvido lo fue de a poco cubriendo; hoy lo que voy escribiendo de toda la componenda no queda ninguna prenda, ni en magín que la produjo, ni está el invunche ni el brujo ¡sólo queda la leyenda!.


 (versión: Carlos Elgueta Vallejos)

EL SALTO REHUÉN

         
           Todo comenzó una fría noche de invierno, el cielo se había obscurecido tempranamente y el silencio se había apoderado de nuestro campamento, parecía que la noche no existía, sólo la luna brillaba en todo su esplendor e iluminaba nuestros demacrados rostros. La fogata se apagó muy temprano y nuestros cuerpos cansados fueron vencidos por el sueño. 

          Despertamos a raíz de un golpe estridente que oímos a distancia, nos levantamos muy rápido y empezamos a caminar por el bosque, cautelosamente avanzamos con temor, pues no sabíamos hacia donde nos llevaría nuestra curiosidad, volvimos a escuchar otra vez ese fuerte golpe pero ahora más nítido, venía de la hermosa laguna “Rehuén”, situada a unos cien metros de nosotros.

        Nuestros ojos, esa noche, presenciaron una gran batalla entre dos fuerzas enemigas provenientes de otra dimensión, fueron eternas horas de cruenta lucha, hasta que una de las dos fue derrotada, a raíz de una gigantesca explosión que se produjo justo en medio de la laguna; el impacto logró romper la tierra y liberar el agua a través del valle, formando un pequeño cauce que terminaba su ruta originando una hermosa caída de agua que bautizamos con el nombre de Salto Rehuén.

Versión de Don Carlos Elgueta Vallejos

PIEDRAS DE DICAO

Dibujo de Luis Arroyo Castro (LUANE)


         Al pie de aquellas piedras hubo en el pasado una ruca donde habitaba un úlmen con sus dos mujeres. Éstas se odiaban a muerte y apenas se hablaban.

          Cuando el úlmen moluche Diucaucau subió a su caballo, empuñó su lanza y se marchó a la guerra, sus dos mujeres sentadas frente a los telares se miraron de reojo y se absorbieron en su trabajo. A pesar de ser hermanas, desde que el úlmen las tomó por esposas, unos celos enfermizos las distanciaron, de suerte que apenas se comunicaban. Cierto día apacible y luminoso, la mujer de más edad habló: - Yo siempre supe que Calcu nos iba a traer desgracias cuando pasaba espiando con su único ojo. - A mí también me miraba con la cuenca vacía - respondió la joven. Después de este corto cambio de palabras, enmudecieron de nuevo. Pero al día siguiente conversaron otra vez: - Hombre malo ese Calcu; seguro le hizo calcutun al marido para que lo mataran en la guerra. - Por algo se llama Calcu; brujo malo. De pronto las mujeres se dieron cuenta que difamar al brujo era como un puente de comunicación y poco a poco se acostumbraron a desacreditarlo. Hasta que una mañana lo vieron llegar. - ¡Mari, mari lamñen! - saludó Calcu - hermoso día, ¿no?.

          Las hermanas no contestaron, extrañadas de la amabilidad del hombre. - He sabido que se acuerdan mucho de mí - continuó Calcu - por eso vengo, ahora se han quedado solas, porque Diucaucau no volverá ya nunca, para invitarlas a que se amparen en mi pobre ruca. La hermana mayor dijo: - No iré porque tú sólo miras la mitad de mi persona con el único ojo que tienes. La menor agregó: - Yo tampoco iré porque no ves con el ojo que te falta. Se rieron las hermanas de sus propios chistes. Calcu dijo: - Volveré mañana a saber si lo piensan mejo. Pero no vino Calcu al día siguiente ni en muchos días que pasaron hasta que llegó el tiempo de la recolección de las avenas y de las semillas silvestres y las mujeres salieron al campo. A la hora de la siesta se hallaban reposando y tomando un refrigerio a la sombra de un roble cuando vieron acercarse al brujo. Sin saludar Calcu dijo: - Vengo por última vez porque tengo mucha amargura en mi corazón.

-    ¡Déjanos tranquilas! - Exclamaron al unísono las hermanas. - Ya veo como están a la sombra de este roble, tomando un refrigerio y odiándome - dijo el brujo - pues bien, aquí se quedarán tranquilas sentadas de día y de noche, bajo la lluvia y el pleno sol... Calcu se alejaba achicándose a la distancia.

          Enmudecieron las hermanas y el tiempo siguió pasando lentamente mientras se volvían más corpulentas y más duras, hasta hoy que se les puede ver asomadas en el borde de la colina, cerca del rumor del estero y de cara al viento sur.

(versión: Carlos Elgueta Vallejos)