Según cuentan los antiguos,
que en algún lugar no muy lejos de este pueblo, viajaban tres
arrieros perdidos y cansados. Marcharon así en sus fornidos caballos durante
medio día, llegando a un estero a beber agua y a descansar.
De
pronto, entre rama y rama divisaron a lo lejos, el cerro la Cuculla,
acordándose de inmediato de antiguas narraciones de arrieros, que hablaban de
ciertas historias que decían que no muy lejos de ahí había un
entierro.
Siguieron
el camino que contaba la historia y llegaron a las dos grandes piedras (se
sintieron parte de la historia)
“Debajo
de las piedras
que
quedan al pié de un gran Boldo
a
las orillas de un estero,
se
halla, el Entierro del cerro la Cuculla.
Que
está custodiado por una gran serpiente
el
que sea valiente, con otros dos más
descubrirá
las siete cargas de plata
que
uno solo poseerá.”
Estas
eran las sabias frases que los ancianos repetían.
Después
de un rato comenzó a decaer el día, y como éste es cíclico, del amanecer llegó
al crepúsculo, entre tanto decidieron en forma unánime que el tesoro sería
desenterrado al día siguiente. Por el momento sólo se dedicarían a descansar.
A
media noche escucharon algunos pasos, los arrieros se miraron y se dieron
cuenta de que faltaba uno de ellos. Se levantaron y salieron a buscarlo, lo
encontraron escarbando al lado de las piedras. En ese momento no supieron si
fue el destino o ira de la codicia que al instante uno de ellos agarró una
tosca grande y pesada, dejándola caer sobre el arriero que escarbaba, dándole
muerte ahí mismo.
Entre
pensamientos de culpa y cansancio terrible lograron, a altas horas de la noche,
conciliar el sueño. Al otro día fueron en busca del tesoro, observando con
mucha sorpresa que el cadáver había desaparecido y en lugar de él, una gran
huella de serpiente sobresalía en medio de un charco de sangre. Se miraron
estupefactos y solo asintieron en desenterrar el tesoro y marcharse rápido.
Después
de haber escarbado durante una hora con sus manos, dieron con el tesoro,
dándose cuenta que no eran siete, sino, uno solo, o quizás eran siete pero
ellos sólo habían encontrado uno. No conforme, uno de ellos siguió escarbando,
mientras el otro sólo quería marcharse.
Pero
como la codicia solo lleva a la muerte, la maldición del Boldo cobró vida en
ellos, dejando caer una gran rama pesada y ganchuda, sobre la cabeza codiciosa
del arriero que desesperado escarbaba. Al ver este hecho el último arriero
comprendió la venganza y huyó despavorido internándose en el espeso bosque, con
su caballo que también comprendía el miedo.
Nunca
más se supo de él, ni tampoco de los demás arrieros. Solo se sabe que en aquel
lugar todavía hay seis cargas de plata, esperando que tres hombres valientes
como estos arrieros, acudan en su búsqueda.
...pero solo uno volverá y de seguro desaparecerá,
como aquel último arriero, que sin codicia, logró encontrar el entierro del
cerro la Cuculla.
Leyenda por Fernanda Torres Godoy
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