Dibujo de Luis Arroyo Castro (LUANE)
Cuando
el úlmen moluche Diucaucau subió a su caballo, empuñó su lanza y se marchó a la
guerra, sus dos mujeres sentadas frente a los telares se miraron de reojo y se
absorbieron en su trabajo. A pesar de ser hermanas, desde que el úlmen las tomó
por esposas, unos celos enfermizos las distanciaron, de suerte que apenas se
comunicaban. Cierto día apacible y luminoso, la mujer de más edad habló: - Yo
siempre supe que Calcu nos iba a traer desgracias cuando pasaba espiando con su
único ojo. - A mí también me miraba con la cuenca vacía - respondió la joven.
Después de este corto cambio de palabras, enmudecieron de nuevo. Pero al día
siguiente conversaron otra vez: - Hombre malo ese Calcu; seguro le hizo
calcutun al marido para que lo mataran en la guerra. - Por algo se llama Calcu;
brujo malo. De pronto las mujeres se dieron cuenta que difamar al brujo era
como un puente de comunicación y poco a poco se acostumbraron a desacreditarlo.
Hasta que una mañana lo vieron llegar. - ¡Mari, mari lamñen! - saludó Calcu -
hermoso día, ¿no?.
Las hermanas no contestaron, extrañadas de la amabilidad del
hombre. - He sabido que se acuerdan mucho de mí - continuó Calcu - por eso
vengo, ahora se han quedado solas, porque Diucaucau no volverá ya nunca, para
invitarlas a que se amparen en mi pobre ruca. La hermana mayor dijo: - No iré
porque tú sólo miras la mitad de mi persona con el único ojo que tienes. La
menor agregó: - Yo tampoco iré porque no ves con el ojo que te falta. Se rieron
las hermanas de sus propios chistes. Calcu dijo: - Volveré mañana a saber si lo
piensan mejo. Pero no vino Calcu al día siguiente ni en muchos días que pasaron
hasta que llegó el tiempo de la recolección de las avenas y de las semillas
silvestres y las mujeres salieron al campo. A la hora de la siesta se hallaban
reposando y tomando un refrigerio a la sombra de un roble cuando vieron acercarse
al brujo. Sin saludar Calcu dijo: - Vengo por última vez porque tengo mucha
amargura en mi corazón.
-
¡Déjanos tranquilas! - Exclamaron al unísono las hermanas. - Ya veo como están
a la sombra de este roble, tomando un refrigerio y odiándome - dijo el brujo -
pues bien, aquí se quedarán tranquilas sentadas de día y de noche, bajo la
lluvia y el pleno sol... Calcu se alejaba achicándose a la distancia.
Enmudecieron
las hermanas y el tiempo siguió pasando lentamente mientras se volvían más
corpulentas y más duras, hasta hoy que se les puede ver asomadas en el borde de
la colina, cerca del rumor del estero y de cara al viento sur.
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